sábado, 8 de março de 2008

Muller e medios

Hoxe, cando algúns decidiron obrigarnos a poñer a mente en branco e esquecer que é 8 de marzo, cedo este espazo gratuito para reproducir un artigo inédito dunha xornalista amiga. Se hoxe toca reflexionar, reflexionemos:

Divinas, muertas o putas

Me llamo Marcela, tengo 45 años y una hija de 16 que un día me pidió que la ayudara a ser famosa. Yo sólo quiero que mi niña sea feliz, pero no sabía cómo ayudarla, así que se lo conté preocupada a Inés, una clienta mía periodista que viene a hacerse la cera una vez al mes. “Con lo mona que es tu Tamara, Marcela, lo más fácil es que sea famosa como artista, como muerta o como puta”, me contestó ella y yo, de la impresión, le di tal tirón en la ingle que su grito resonó hasta en la sala de espera. “Bueno, bueno, no me hagas caso si no quieres –continuó dolorida-, pero coge cualquier periódico y tú mira”. Ni le contesté ni volví a hablarle ese día, pero no lo hice por enfado, como podría parecer, sino por la vergüenza de no saber qué replicarle, porque hasta ese día yo no leía periódicos.
A la mañana siguiente, antes de abrir la peluquería, me fui a un quiosco y me compré uno, uno que debía de venderse mucho, porque la pila de ejemplares le llegaba al quiosquero por encima de la rodilla. No me atreví a hojearlo hasta que me vi sola en la sala de estética con un café de máquina entre las manos. Entonces empecé a mirar y a contar, minuciosa, porque quería tener con qué callarle la boca a la enterada de Inés, pero al empezar a repasar las setenta y tantas páginas de aquel periódico la que quedó sin palabras fui yo. Presidentes de gobiernos, corbatas, ministros, trajes oscuros, ingenieros, jueces, bigotes, gemelos... fueron haciéndome subir y bajar la cabeza y entreabrir la boca mientras pensaba en lo difícil que iba a ser hacerle un hueco a mi niña entre aquellos tipejos, que aquel día sólo habían dejado un rectángulo para colgar su foto a una ministra, a la que, además, querían echar del Gobierno. No fue hasta bien pasada la mitad del periódico que empecé a ver un poco de luz para mi Tamara. En la página cincuenta y tantas salía una foto grande de una chica joven. Era guapa, de ojos verdes y una boca apenas coloreada de rojo. Tenía ojeras de chica mala, como de haber salido de copas, y decía en letras grandes: “Cuando haces strip-tease, tú eres tu propio agente”. Pero, en realidad, aquella muchacha era, además de ex stripper, sobre todo guionista y de lo que hablaba en la primera mitad de aquella noticia era de una película que iba a presentar en un festival de cine. No entendí bien aquello –sería, pensé, porque era novata leyendo periódicos- ni tampoco me convenció que mi hija llegase un día a ser tan famosa como para salir en un periódico y que después la recordasen cuando vendía hamburguesas los veranos en el McDonalds. “Tamara Fernández, artista y ex vendedora de hamburguesas”. Eso sí que no.
Pero no me desanimé y seguí avanzando hasta llegar poco después a una página que me gustó. Arriba ponía Gente y debajo salían fotos grandes, bonitas y –lo más importante- en las que salían mujeres: había una chica rubia y muy guapa, una actriz, al lado de un director viejo y feo; salía una señora mayor, que no era guapa ni famosa, pero que era la madre de un presidente de Gobierno; y en la foto más bonita de todas aparecía otra mujer, muy guapa y morena, también actriz, haciendo su “mejor papel”, según decía el periódico, que era el de tener en el regazo a una niña de dos meses que había tenido con un millonario francés. Ahí me quedé ese día, porque era ya la hora de abrir el negocio, y me quedé, además, satisfecha. ¡Cómo me hubiera gustado a mí ver a mi hija, con lo mona que es, saliendo en una foto de esas del periódico! Y con esa idea seguí todo el día, mientras pensaba cuál sería la forma más fácil de conseguir una carrera de artista para Tamara. Llegué a la noche cansada y sin ideas, porque mi hija es guapa y esbelta, pero no sabe cantar, no retiene nada en la cabeza -como para aprenderse un papel- y de tan alta que es anda como un pato mareado. Derrotada y decidida a no pensar más, me tiré en el sofá, encendí la tele y encontré, para mi sorpresa, lo que me pareció la solución. A esa hora estaban poniendo un concurso del que ya me había hablado la niña, en el que salen jovencitas que quieren ser modelos, y, entusiasmada, me incorporé en el sofá para no perder detalle de aquel trampolín que podía hacer de mi hija una famosa feliz. Aquellas chicas eran preciosas y un poco bobas, como Tamara, pero en lugar de mimarlas, los del programa las llamaban estúpidas, las hacían bajar por escaleras o llevar libros en la cabeza hasta hacerlas llorar y con palabras soberbias les decían que tenían que ser humildes. Y algunas, como mi hija, no tenían ni edad para votar.
Ya sé que era un abuso del todo, pero al ver a aquellas chicas se me quedó el corazón encogido y sin pensarlo más busqué en la agenda de las clientas y llamé a Inés, que siempre trabaja hasta tarde. “¿Pero no hay un teléfono del menor y las leyes dicen que no se puede maltratar a los chavales?”, fue una de las muchas interrogaciones que me salió atropellada de la boca mientras le contaba lo que había visto y le juraba que mi hija no pasaría por eso. “Lo importante es el espectáculo, mi querida peluquera, ¡qué más darán los menores y sus maltratos psicológicos! Maltrato es que tú le des una bofetada a Tamara, no que la lleves a un programa de televisión donde la humillan, la exhiben y la insultan ¡Eso no, querida!”, me dijo ella. Le pedí perdón por llamarla a esas horas, pero le confesé que estaba muy preocupada por la felicidad de Tamara y por su futura fama, que veía tambalearse. “Yo te di tres soluciones, Marcela, y si la primera quizá no es la más fácil, te aseguro que la segunda funciona. Aquí estoy yo a estas horas montando una página a cinco columnas con una chiquita a la que ha matado su novio porque no quería casarse con ella. Eso también vende, al menos por ahora, y además va con foto”, me explicó Inés, aunque las dos coincidimos en que quizá era una gloria demasiada efímera para lo que mi niña necesitaba. “Pues ya sabes cuál es el tercer camino –me sugirió Inés antes de colgar-; echa otro vistazo al periódico, a ver si te inspiras”.
Al día siguiente, sólo por curiosidad, cogí otro diario en el quiosco, también de mucha tirada, según parecía, pero me convencí de que en esa ocasión Inés se equivocaba. En una página entera, después de pasar otras muchas con fotos de hombres trajeados, el periódico hablaba de las prostitutas y decía muchas cosas que me dejaron espeluznada. Contaba, por ejemplo que, según la policía, el 85% de las mujeres que ejercen la prostitución en España no lo hace de forma voluntaria y que más o menos la misma proporción de ellas son extranjeras; que la Organización de Naciones Unidas (ONU), estima además, que al año en el mundo son compradas y vendidas unos cuatro millones de mujeres y niñas y son obligadas a ser prostitutas, esclavas o esposas; y que la mayoría de las 500.000 mujeres introducidas en Europa Occidental para ejercer la prostitución son inmigrantes traídas por las mafias, sin saber muchas veces a qué vienen ni en qué condiciones van a vivir. Al lado de estos datos un periodista escribía una columna en la que denunciaba la continua violación de los derechos humanos que gobiernos, sociedades y usuarios de la prostitución están tolerando y hasta alentando.
“¿Pero qué me estás contando de prostitutas que salen en los periódicos, tunanta?”, le espeté a Inés en cuanto llegué al final de la información y pude coger el teléfono. La pobre tardó en reaccionar un rato y cuando lo hizo me colgó el teléfono porque eran las ocho menos cuarto de la mañana, pero a la hora del vermú me llamó, comprensiva, para saber qué había ocurrido. Le conté lo que había leído de la prostitución. “No tenía previsto meter a mi hija de puta, pero tampoco me cuentes que las que más salen en los periódicos son ellas, hija...”, protesté, pero Inés, que sigue sabiendo más que yo de muchas cosas, me abrió otra vez los ojos. “Coge el periódico otra vez, mujer, y busca más adelante. Bien que no quieras meterla puta, pero recuerda que hay quien dice que es una profesión como otra cualquiera y que sepas, además, que es el segundo negocio más lucrativo del mundo, por detrás del tráfico de armas y por delante del de drogas, aunque creo que no para las prostitutas, no sé por qué será...”, me ilustró por la línea telefónica mientras yo le arrebataba el periódico a una clienta a cambio del Hola. Pasé las hojas con ansia y enseguida supe lo que Inés me había mandado buscar. En dos páginas con letras minúsculas, de anuncio de pisos, varias docenas de mujeres y un par de hombres enseñaban en fotos pequeñitas sus culos, sus pechos, sus lenguas, sus proporciones, sus prestaciones... “¿Pero esto sale siempre?”, pregunté sin intentar ocultar ya mi ignorancia sobre la prensa. “Menos de lo que les gustaría a quien los cobra, supongo...” Pero no la dejé seguir porque las preguntas se me acumulaban: “¿Pero para sacar esto no tienen que poner No Recomendado para Menores de... como hacen con las películas o los videojuegos? ¿Pero no se supone que los niños tienen que aprender a leer periódicos para no ser unos desinformados como yo? ¿Pero no decían que esto era una lacra y que los derechos humanos y que bla bla bla...?, dije hasta quedarme sin aire. “¿Pero tú sabes lo que es el dinero, mi reina? ¿Tú sabes que en un periódico importante cada palabra cuesta lo mismo que un café y que una página tiene 1.500 o 1.600 cafés y que un periódico de los grandes tiene a veces tres páginas o cuatro llenas de cafés y que todos esos cafés en un año suman, pongamos, tres, cuatro, cinco millones de euros? ¿Me puedes decir a quién le va a importar que el café sea malo para el corazón, bonita, sobre todo si el corazón es de otro o, más bien, de otras?”. El periódico se me deshizo en las manos, mientras con el hombro mantenía el teléfono junto a la oreja, incapaz de hablar. “Lo que yo te diga, Marcela, para estar en el papel prensa, divina, muerta o puta; es lo que hay”. Y tanta razón tenía que lo único que alcancé a pensar entonces, al acordarme de la felicidad de Tamara, fue: “¿Y por qué no habría salido niño?”.

5 comentários:

mario disse...

fermoso

mario disse...

Fermoso. Fermoso e triste, isto polo que ten de real.

pau disse...

absolutamente genial! e nao podemos parar de ler da primeira linha até à última. e é todo verdade, e.. e gostaria de ter escrito!

pau disse...

e aliás.. sou mae duma menina...

Amalia Verdura disse...

Ogallá fose só unha historieta simpática, pero non... A ver se cando a túa menina sexa moza, Paula, non é preciso contar xa estas cousas. A ver...
Bicos.